BUENO – Robinson Canó estará toda la serie final con Las Estrellas logre o no el permiso de Seattle

SANTO DOMINGO. Hijo de pelotero y llegado al mundo en la demarcación que más bigleaguers ha parido en el planeta, Robinson Canó nació con un guante debajo de un brazo, antes de aprender a identificar las vocales su progenitor había trazado el camino a recorrer para llegar a las Grandes Ligas robinson canoconvirtiéndolo en bateador zurdo a los siete años y a los 15 “amarró” con los Yanquis un bono de seis cifras.

De ahí que la fortuna de US$81,8 millones que ha acumulado, y los US$216 millones garantizados hasta 2023 parecen no comprar la vibra que Canó encuentra en un diamante de béisbol.

Un mes de descanso (octubre) le parece una eternidad y entre el dogout del Tetelo Vargas y el malecón de la Serie 23 se sienta más a gusto que recorriendo la Europa rica con amigos como Jay Z, Beyoncé y Shakira, ya sea en un palco de lujo del Camp Nou (Barcelona) viendo el clásico del fútbol español o en una discoteca exclusiva en Bruselas (Bélgica), consumiendo champagne de miles de euros la botella.

“Jugar una final con las Estrellas es algo que siempre he soñado. He jugado en la Serie Mundial, jugué el Clásico (Mundial), son cosas que tú lo haces de corazón, pero poder jugar en frente de tu pueblo, de las personas que te vieron crecer, gente con las que estudiaste, tu familia, abuelo, abuela, todo el mundo, y ver cómo brincan de la emoción, como celebran en las gradas es algo inexplicable”, dijo Canó a periodistas previo al segundo choque de la final en el estadio Julián Javier.

Si bien gusta de socializar en las noches refrescada por el mar petromacorisano moviéndose en su colección de vehículos de lujos, el Canó que ha jugado la última semana con las Estrellas no rompe su rutina de moverse en una todoterreno en las mañanas de su hogar en un resort de Juan Dolio a entrenar en la moderna academia de los Marineros en Boca Chica.

“Cuando amas lo que haces es algo que siempre estarás haciendo. Cuando iba al play y veía a los muchachos jugando decía, ‘wao, en esa situación, si yo estuviera jugando’, quisiera ayudar el equipo”, dijo Canó, quien se dirige al estadio en un Rolls-Royce crema que atrae la mirada de propios y extraños.

La noche del 13 de diciembre de 2013 mientras sus agentes (Brodie Van Wagenen y Jay Z) cerraban el pacto con Seattle para dejar Nueva York, Canó se encontraba en el Tetelo, de “civil” con una gorra de los Marineros, y en su muñeca izquierda colgaba un reloj Hublot edición limitada de US$34 mil que recibió como regalo de cumpleaños 31 el 22 de octubre.

Allí animaba a un grupo integrado por prospectos, que cada vez abre la boca lo escuchan con una reverencia religiosa y veteranos que tratan de atrapar el mínimo centavo en el breve tiempo que les queda como jugadores activos.

“Yo amo y adoro el béisbol, creo que sentarte tres o cuatro meses en tu casa, yo soy de las personas que eso me aburre, al mes quiero jugar pelota. Soy de San Pedro, esto siempre ha sido un sueño, un equipo que no gana en 46 años y creo que ser parte de esta historia sería quizás lo más grande que me podría pasar en el béisbol”, dijo el dos veces ganador del Guante de Oro en la intermedia.

Un caso digno de estudio en una época en la que extraña ver a un jugador de su alcurnia acercarse con esa frecuencia por un estadio de liga otoño-invernal.

Hasta ayer era una incógnita que el héroe del Clásico Mundial 2013 pudiera jugar más de los cinco partidos que Seattle le autorizó. Y ruega que se extienda como un niño pide a su madre más tiempo con la Play Station.

“Esperando en Dios que por lo menos se apiaden, y me den uno o dos juegos más, pero Dios es el que sabe y sabe por qué las cosas pasan”, dice para luego agregar que continuará uniformado toda la serie aun no pueda regresar al terreno.

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